18 julio 2008

DEFINIDOS



Cuando el último valeroso se convirtió en pasajero colgándose del pasamano con sólo un pie en el estribo, ya era demasiado tarde para correr. Sin embargo, “tengo lo que quiero no necesito más” apresuró el taconeo. Tantas veces había torcido la suerte que, a pesar de la prisa del colectivo, estaba convencida de darle alcance, incluso con margen para contar las monedas y ajustarse los bucles con una hebilla. Pero, no contaba con la baldosa rota, el taco partido, las monedas flotando y el transporte doblando cuadras adelante perdiéndose de vista. “Siempre vuelvo al próximo amor” transitaba aquella mañana más que por rutina, buscando en el aire un antídoto contra la pereza. Se apresuró en recolectar las monedas voladoras, devolviéndolas a la plataforma de despegue con la forma de una torre cobriza. Entreverada en el follaje del apuro y la vergüenza “tengo lo que quiero no necesito más” practicó una breve reverencia de párpados turquesas, que repasada minutos después, la inquietaría por el inexplicable arrojo seductor. Precisamente, por arrojo y por seductor.
Al ver aquella dama andar resuelta tras el mal paso, profiriéndole una sonrisa exquisita de Mona Lisa al recibir las monedas y despedirse con una hebilla en la boca y las manos tomándose sus cabellos “Siempre vuelvo al próximo amor” sintió como si hubiera presenciado un abracadabra y que en el momento de la magia se esfumara la galera. Atónito, sin más huellas que los susurros del perfume de esa mujer, no pudo evitar que las palabras adecuadas saltaran mortalmente de su boca hacia el abismo.
Tras el tropiezo, que al llegar a la oficina llamaría: graciosa anécdota “tengo lo que quiero no necesito más” se recordó del apuro que llevaba y extendió su brazo en dirección a la calle. Cuando finalmente terminó de ajustar la hebilla un taxi le hacía sombra. A las pocas cuadras el paladar le urgió un caramelo que endulzara la picazón en la garganta aunque parecía más un pedido de la conciencia.
Pasado el transe, “Siempre vuelvo al próximo amor” socorrió a una palabra adecuada, sobreviviente a la fatal estampida y la cobijó en el bolsillo interior de su abrigo. Esa noche soñó un río de monedas corriendo raudas desde un salto torrentoso de párpados turquesas. Esa misma mañana, mientras dejaba correr el agua de la ducha para que se calentara, “tengo lo que quiero no necesito más” recordó que había soñado con un “quizás” que la perseguía hasta emboscarla tras tropezar con una baldosa floja. Buscó monedas en todos los bolsillos hasta terminar la suma con 10 centavos acunados bajo un almohadón. En otro pigmento de la ciudad, al ver recuperada a la palabra adecuada malherida “siempre vuelvo al próximo amor” convencía al desvelo de conmutarle la pena y liberarlo cuando amaneciera.