11 septiembre 2007

HALLEY


Uno de los recuerdos más antiguos que conservo de mi infancia, es el de estar jugando debajo de la mesa, y oír una charla de mis padres y amigos, sobre “la llegada del cometa Halley”. Aquel hecho fue todo un furor a mediados de los ´80. En la radio, la tv y las sobremesas se celebraban simposios espaciales. Mi reacción ante semejante noticia fue de una confusa ansiedad. Ignoraba completamente que era un cometa. Pero tenía el convencimiento de que era algo fuera de lo común, luego de la seguidilla de noticias, comentarios técnicos y Mazinger Z mediante, entendí que aquel cometa, era una “cosa” proveniente del espacio. Tamaño descubrimiento no hizo más que acrecentar mi ansiedad y no en menor medida mi confusión. Que para ese entonces contaba con un factor extra cumpliendo el rol de combustible: mi efervescente imaginación.
Dicen los que saben que un “cometa” es un objeto formado por hielos, polvo y rocas de medio tamaño que orbitan el Sol. En el caso del cometa Halley su giro tarda 76 años en llegar nuevamente por zona terrícola y alterar la imaginación de un pequeño de 6 años.
El cometa llegaba. Un especie de superhéroe intergaláctico chisporroteando veloz entre planetas y estrellas. Tanta fue mi preocupación por Halley que este se presentó en mis sueños y dada mi tendencia a corporizar las cosas más inverosímiles, no fue sorprendente que el cometa fuera un astronauta silencioso, vistiendo un traje rojo y cristal espejado, que se colara por la ventana de mi cuarto, rechazando el colchón que ponía cuando se quedaba a dormir mi primo, y que simplemente flotó hasta el vértice de la pared y el techo, echándose a dormir. En mi sueño Halley solo quería descansar. El cometa llegó, su imagen fue tomada por las cámaras de la NASA y retransmitidas vías satélites por el noticiero de la tarde. Un puntito luminoso surcando el cielo que en breves segundos se esfumara más allá del ojo humano. Mi ansiedad trocó en frustración, ocultando una sincera compasión por el cometa que quería descansar. Tal vez por eso, mi niño soñador, se quedó con aquel insignificante fósforo apagándose de un soplido. El cometa Halley no llegó, pasó. Ese es el fin de los cometas. Paso fugaz con estela de mil estallidos, capaz de alimentar la imaginación de un pequeño y de ser revivida para siempre por este niño mayor.

Quien sabe, quizá este niño anciano pueda volver a verte una vez más…

Habrá que estar atento al cielo o repasar mi album de cometas.