14 noviembre 2008

Globos de colores


Vientos infantes cardan las margaritas que mojan el sendero; apurados por impulsarse desde el bruñido del procer sin nombre y esquivar el mástil sin estandarte; vientos infantes jugando un picado con el envoltorio de un alfajor. Suenan las últimas campanadas de la suprema siesta convocando a sus devotos. El porteñito, desparramado sobre un banco de plaza, apretuja la atención contra las palabras de un relato, al que le sienta bien el repentino desierto. De tanto en tanto, subrayaba un pasaje, que luego murmura, avisándole a la memoria que le guarde una copia
- Leeme, porteñito. - Escuchó decir entre la aguardentosa tos de un ciclomotor.
La piel del rostro se le cargó de sangre. Colorado, más bien purpurado, como si lo hubieran sacado de prepo, mientras jugaba a resistir bajo el agua.
El corcel destartalado se detuvo a los pocos metros, a la altura del siguiente banco. Ella miraba desafiante. Su amiga reía con todos los dientes mientras le daba empujoncitos en el hombro, saboreando aún la picardía. Desde un Neandertal abofeteando el piso con un garrote hasta el chiflido de su padre acudieron para animarlo. Había que decir algo. Doblaba el libro hasta exprimirlo con la ilusión de ver caer alguna frase adecuada, y nada. En otra parte del cuerpo un motín de músculos y nervios se sublevaba quitándole la gorra, pasando la mano por el cabello grasiento, alzando el mentón y las cejas.
Ella se volvió a anticipar.
– No te pongas nervioso. No mordemos. Vamos para el arroyo. ¿Venís?
Tendrían la misma edad que él, entre 15 y 17 años. El rostro de ambas descubría una ascendencia indígena. Compartían ese aire calmo, de quien transita por su casa. Tan diferente a la de los hijos de inmigrantes, de pigmentos salinos y mirada de oasis lejano. Ella, se llamaba Maga, era erguida y resuelta como una bailarina. Miraba a los ojos dando a entender que no se llevaba bien con los nuncas y que no perdonaba las mentiras. Siempre antes de reír se mordía el labio. Era fácil imaginar como sería su llanto. Desde pequeña trabajaba en el kiosco junto al hotel, al igual que su risueña amiga, de la que no recordará su nombre, sólo su encantadora afición de arrojar globos al arroyo.
Una tarde fue el último trueque de fotografías de la ciudad con obelisco y subterráneos, de mar revuelto y churros, de peregrinaje por el monte y del cabrito perdido.
El porteñito le obsequió su libro, ella lo rechazó y le arrancó un beso.
-Ya lo leí. -Se despidió.
La amiga río con ganas dando golpecitos en la tierra, lo abrazo fuerte y apuró el paso tras Maga.
El porteñito atónito abrió el libro y murmuró la frase final, y rió. Sepultó las hojas bajo un tótem de piedras y salió en dirección a la terminal.
A sus espaldas, una procesión de globos de colores alunaban la calma del arroyo.

04 septiembre 2008

El pelotero llegó después



Llegué tarde, justo para la carcajada. Nadie tiene ganas de repetir un buen chiste. Temen que con la repetición se diluya la gracia.
Ese día agonizó desde el parto. Mi cuerpo amaneció tan pequeño que tuve que calzarme una media sin remendar como abrigo. Afuera, luciérnagas kamikazes se estrellaban en la nuca de los transeúntes. Las veredas tiritaban por los vuelos rasantes de las suelas.
Un par de billetes arrugados junto al coñac. Del otro lado unas cuerdas vocales deshilachadas dijeron – Piedra, papel o tijera.- Sin titubear mi mano se volvió puño. Al tiempo que mi adversario la anuló sosteniendo la palma abierta perpendicular a la mesa despintada.
El bar estaba repleto de fantasmas. Los pocos vivos, apilados junto al busto ceniciento de un corcel, silenciaban respetando a la mayoría.
- Como te contaba.- interrumpí.- el pelotero llegó después. – Al contrario poco le importó. Inmutable extendió el índice y el mayor imitando el corte de un papel. Con la otra mano arreó los billetes al bolsillo. Rostro de madero hueco, sólo entendía de puños, palmas y tijeras. Yo no buscaba más que eso. Continué:
- Una inmensa piscina de pelotas multicolores no apta para mayores de 12 años. Rencoroso fue el puntapié de la infancia, cuando la voz se me empantanó en la brea y los escotes sintonizaron en la misma frecuencia de Mazinger Z.
- Quiero brindar por Peter Pan.- Alzó su copa un Lazaro rinconero resucitando de una muerte espumosa. Pero pocos le siguieron. Lejos de volver a los renglones del Dante, el resucitado tomó impulso desde su silla y se abalanzó sobre las mesas circundantes, haciendo que una multitud saltara de sus ubicaciones. Crujieron maderas, copas sangraron, aullaron maldiciones y en medio del estrépito el cuerpo malherido del resucitado extendiendo su brazo, tensionando hasta la punta del dedo mayor. Un samaritano le acercó su oído. En principio creyó entender mal. El señor del brindis salvaje volvió a repetir la misma palabra, esta vez audible para todos, haciendo presión con su mano sobre el hombro de su interlocutor. – Mancha, estas tocado. El bravo impulsor se levantó de un salto, los parroquianos comenzaron a correr buscando un lugar estratégico donde guarecerse. El personal del bar se apuró en arrastrar el mobiliario tras la barra, juntar a los cuerpos maltrechos, ajusticiar a las víctimas irreversibles. El bar era un tirabuzón hediendo a sudor y añeja barbarie juvenil. Los manchadores se multiplicaban de embestida en embestida. Zancadillas escalera abajo, trepados a las farolas, salpicados del barniz sombrío de los pasillos.
El jugador de las manos implacables les observaba impertérrito, fumando un puro infinito, haciendo girar una bolita de pétalos naranjas en el ovalo del cenicero.

18 julio 2008

DEFINIDOS



Cuando el último valeroso se convirtió en pasajero colgándose del pasamano con sólo un pie en el estribo, ya era demasiado tarde para correr. Sin embargo, “tengo lo que quiero no necesito más” apresuró el taconeo. Tantas veces había torcido la suerte que, a pesar de la prisa del colectivo, estaba convencida de darle alcance, incluso con margen para contar las monedas y ajustarse los bucles con una hebilla. Pero, no contaba con la baldosa rota, el taco partido, las monedas flotando y el transporte doblando cuadras adelante perdiéndose de vista. “Siempre vuelvo al próximo amor” transitaba aquella mañana más que por rutina, buscando en el aire un antídoto contra la pereza. Se apresuró en recolectar las monedas voladoras, devolviéndolas a la plataforma de despegue con la forma de una torre cobriza. Entreverada en el follaje del apuro y la vergüenza “tengo lo que quiero no necesito más” practicó una breve reverencia de párpados turquesas, que repasada minutos después, la inquietaría por el inexplicable arrojo seductor. Precisamente, por arrojo y por seductor.
Al ver aquella dama andar resuelta tras el mal paso, profiriéndole una sonrisa exquisita de Mona Lisa al recibir las monedas y despedirse con una hebilla en la boca y las manos tomándose sus cabellos “Siempre vuelvo al próximo amor” sintió como si hubiera presenciado un abracadabra y que en el momento de la magia se esfumara la galera. Atónito, sin más huellas que los susurros del perfume de esa mujer, no pudo evitar que las palabras adecuadas saltaran mortalmente de su boca hacia el abismo.
Tras el tropiezo, que al llegar a la oficina llamaría: graciosa anécdota “tengo lo que quiero no necesito más” se recordó del apuro que llevaba y extendió su brazo en dirección a la calle. Cuando finalmente terminó de ajustar la hebilla un taxi le hacía sombra. A las pocas cuadras el paladar le urgió un caramelo que endulzara la picazón en la garganta aunque parecía más un pedido de la conciencia.
Pasado el transe, “Siempre vuelvo al próximo amor” socorrió a una palabra adecuada, sobreviviente a la fatal estampida y la cobijó en el bolsillo interior de su abrigo. Esa noche soñó un río de monedas corriendo raudas desde un salto torrentoso de párpados turquesas. Esa misma mañana, mientras dejaba correr el agua de la ducha para que se calentara, “tengo lo que quiero no necesito más” recordó que había soñado con un “quizás” que la perseguía hasta emboscarla tras tropezar con una baldosa floja. Buscó monedas en todos los bolsillos hasta terminar la suma con 10 centavos acunados bajo un almohadón. En otro pigmento de la ciudad, al ver recuperada a la palabra adecuada malherida “siempre vuelvo al próximo amor” convencía al desvelo de conmutarle la pena y liberarlo cuando amaneciera.

15 mayo 2008

CORTE



Navajas
en la herida.
Una manzana apretando
los dientes del cuchillo. Vacíos
infinitos absorbiendo el punzón.
Cortezas y sabia
inundando
el giro
de la sierra.
Padece
el más blando. Padece.
El filo sólo
habla por su rudeza.
Alguien
forjo al hierro
agudo. Se es
cortable.